miércoles, 5 de septiembre de 2012

CASA DE MUÑECAS


Son sobrevivientes.

La más grande, la francesita
con la nariz
como un hueco
y los ojos negros
hundidos
en el plastico.
La pecosa,
con ojos de botones
de camisas de abuelo.
Entre ellas
vive el gran silencio
de Mariela.
Un silencio
grande  y pesado
como la noche
del miedo.

Sobre una repisa,
inanimada,
la morena
con la piél
intacta
y la cabeza incompleta.

Viven sin mirada,
solas,
amontonadas
en la pieza
olvidadas del olvido,
apiladas
como papeles
en cajones lejanos.

Mariela,
saca boleto,
trepa al colectivo,
trepa por espaldas
arañando cuellos,
abriendose entre gritos,
llega a la oficina,
amontona
hojas,
escuha al jefe,
habla
con el telefono,
y vuelve a casa
afonica.

La gauchita
con la pollera larga
a lunares,
 vaquita de San Antonio,
"la preferida
de la nena".

Mariela se mira
en el espejo
fría
fué apilando silencios
en las ventanas.

El principe
con el cuello erguido
de fierro,
y los ojos café amargo,
elegia sus pretendientes
entre las vidrieras.

Mariela no ama
a ese hombre
con la piel de las ventanas
invernales.
Ese hombre es un intruso
que un día
apareció en su cama.

Mariela se peina
frente al espejo antiguo,
con bordes goticos,
alto,
manchado de otoño.
Mis ojos están muertos, piensa.
Y se peina
como si peinara a otra.

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