domingo, 5 de agosto de 2012

CARTA PARA MÍ DESDE MI MUERTE

Recuerdo, las caras de las personas que me habitaron. No son solo caras pasajeras. Son caras de todos los días. Aunque algunas hayan permanecido para mí intactas como insectos clavados en un telgopor. Viajan por el universo. Unas van, otras vienen.  Un perfil, una risa invertida, un guiño. No son solo viejas postales. Son fragmento de vidas que, de alguna forma, me atravesaron.

Ahora, quisiera recordarlas a todas juntas, de un golpe. No como un resumen de nada. Como un todo, como algo que no se pierde en el tiempo. Porque la noche llega y ya escucho el lamento atragantado de las canillas, y los recuerdos caen como un otoño en el silencio del piso.  Porque la noche me mira con su ojo ciego. Me mira, como miran las estrellas a los cobardes. Y yo no quisiera evaporarme sin llevarme un recuerdo. Un recuerdo que sea todos los recuerdos.

Los sonidos del beso, del jazmin, de trenes que vienen y van aullantes. El olor de los eucaliptus hervidos, el olor a domingo de los abuelos. Y el tacto de unas manos que tocaron caras ambiguas y puntiagudas. Y el tacto de de una espalda que tenía la forma de mis manos. Y las caras. Caras que vienen y van como orificios en la vida. Como expresión de cosas que no pueden dibujarse en un cuaderno, ni ser detectadas por palabras.

Porque, en el fondo, no estoy diciendo nada. Porque, no estoy diciendo lo que pretendo decir. Las palabras caen manchando la hoja. Todo lo que me envolvía, lo que estaba en algún lugar, no hace falta decirlo. Decirlo es callarlo.
Dicen que uno es viejo cuando ya no vive del futuro sino del pasado. Cuando sustituye ilusiones por recuerdos. Yo soy un recuerdo. Soy un anciano.

Por eso, cuando cubran de flores el silencio y, en la claridad de la mañana, tiren mis cenizas en el mundo, no pido que nadie me recuerde. Solo pido que no olviden lo que yo nunca olvidé. No olviden  que, con muchas razones, ese nene que fuimos nos patearia el culo.

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